Chamame




quarta-feira, 11 de abril de 2007

Bramando se viene el agua...


POR MEMPO GIARDINELLI (*)


El título de esta nota, tomado de un memorable y clásico chamamé cuya letra escribió hace casi medio siglo el talentoso y múltiple Miguel Brascó, no es sólo un homenaje; quiere ser un llamado de atención.
Porque mientras se escriben estas líneas el agua crece en toda la cuenca del Paraná, y la amenaza ya instalada en Formosa, Chaco y Corrientes llega ahora al Litoral sur: la lenta, subrepticia inundación que empezó en enero pasado obliga a evacuar también las zonas bajas de Santa Fe y Entre Ríos. Se cuentan por miles las familias que abandonaron viviendas, quintas y emprendimientos como ahora en Colastiné, Reconquista, San Javier y Cayastá.
Todos los planes de evacuación están en alerta amarilla o roja, porque, de hecho, la cuenca del Paraná está saturada, y la temporada de lluvias hace temer que cualquier nuevo ciclo de precipitaciones intensas -en las últimas semanas hubo violentos temporales- desbarate los planes de defensa.
Los ríos Bermejo, Pilcomayo, Paraguay, Negro y Salado, entre los más importantes afluentes del Paraná de un lado, y del otro todos los ríos mesopotámicos, están a tope. Y eso, naturalmente, sobrecarga al gran río.
Quien deba volar en estos días entre Buenos Aires y cualquier capital del Nordeste observará, desde el aire, un desolador panorama de tierras invadidas por los ríos, y decenas de lagunas saturadas.
Aunque todas las autoridades provinciales (en Corrientes, Chaco y Santa Fe) se esfuerzan, y es sensato que lo hagan, por calmar los temores, la situación no deja de ser grave. Tanto en Recursos Hídricos de Santa Fe como en la APA (Administración Provincial del Agua) chaqueña, e incluso desde el Instituto Nacional del Agua (INA) se insiste en que la situación "está dentro de los parámetros previstos".
Lo cual ha de ser cierto, pero tanto como que isleños, ribereños y habitantes de los barrios bajos de Corrientes, Resistencia, Reconquista y Santa Fe, por lo menos, ya están con el agua a la cintura.
El optimismo, las mediciones voluntaristas y los loables esfuerzos para llevar tranquilidad a los pobladores no alcanzan para mitigar la angustia que produce esta inundación, justo cuando apenas está empezando la temporada de lluvias.
Pero lo más grave es la paradoja ambiental que parece, ya, irreparable: mientras las zonas ribereñas están repletas de agua, el interior del Chaco, Formosa y Santiago del Estero, sigue desertificándose. La falta de lluvias, o las lluvias tardías, arruinan cosechas y continúan su efecto depredador a mediano plazo.
Un informe periodístico recientemente publicado por el diario Norte muestra fotografías de tierras quebradas, resecas, yermas e inútiles en la zona que ya se podría bautizar como el Ex Impenetrable, porque la devastación de bosques nativos está completamente descontrolada y avanza día a día y hora a hora.
No parece haber conciencia sobre este desastre, que desplaza a más de un centenar de especies animales nativas y destruye una riqueza maderera que perfectamente podría haber sido explotada de modo racional. Pero no hay legislación adecuada ni mucho menos organismos de control eficientes.
De un lado, pues, un mar de aguas temibles, letales. Del otro, un desierto que avanza, igualmente agresivo y devastador.
Es fácil de entender el por qué de todo esto: todos los ríos subamazónicos están colmados; las lluvias siguen intensas en las cuencas superiores (Brasil, Bolivia, Paraguay) y ese impresionante caudal líquido sólo escurre hacia el Sur, hacia nosotros.
Encima, las más de 20 represas aguas arriba del Paraná desaguan sobre la última de ellas -y la única que es, a medias, argentina-: Yacyretá.
Es posible vivir negando todo esto, y muchos lo hacen mientras las dirigencias políticas ya han demostrado ser sobradamente incapaces para resolver este desastre natural, seguramente sometidas a los peores intereses y a las presiones de lobbies madereros y sojeros.
El hecho cierto es que -hoy y aquí- los casi 400 mil habitantes de Resistencia estamos rodeados de agua, protegidos por un sistema de defensas que todos aquí cruzan los dedos para que resista, sabedores de que esto no es Holanda. Decenas de bombas trabajan a destajo, sacando las aguas fuera del perímetro de terraplenes que rodea la capital chaqueña, mientras todos miran al cielo rogando que no llueva.
También es posible vivir así, y muchos lo hacemos, sosegando la irritación que produce ver cómo se destruye estúpidamente una tierra riquísima, por pura irracionalidad y mezquindad, ante la inacción gubernamental.



(*) Esta nota del escritor y periodista chaqueño fue publicada en la revista Debate, días antes de que Santa Fe se inundara por lluvias.

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