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quinta-feira, 22 de março de 2007

Octavio Osuna

Por Joaquín Padularrosa, especial para Chamame.com.br


Confieso que no sabía demasiado de Octavio Osuna hasta el momento en que me tocó entrevistarlo en mi programa de radio. La primera vez supongo que debe haber sido allá por el 2003 o al año siguiente.
Para ilustrar un poco, debo dejar aclarado de antemano que Octavio es nacido también en Victoria. Lo había escuchado desde siempre, pero en tan solo una canción. El vals “Victoria, mi ciudad”, melodía de Octavio a la que Leopoldo Díaz Vélez le puso letra.
Sucede que el gran Octavio Osuna se radicó en Buenos Aires y cuando empecé a interesarme de lleno por la música, ya no estaba más en mi pueblo. Y lo que es peor, no se conseguían sus grabaciones fácilmente. Aún ahora es complicado.
Cuando supe que había estado cantando con Antonio Tarragó Ros y con Raúl Barboza, entre otros, entendí que algún mérito debía haber tenido.
Y ahí llegó el maestro, con la humildad que muchos ya le conocían, lo que pude comprobar apenas entró a la radio saludando a todos y cada uno de los que allí estaban.
Ya en el aire, empezamos con la charla. Obviamente le había pedido que trajera su guitarra. Pensé que acaso podría olvidarse, o venir sin el instrumento, pero no, ahí estaba con su guitarra de toda la vida. Esa que lo acompañó más que nadie. Esa guitarra que él ama y que aún sigue teniendo.
No necesitó cantar demasiado para que me diera cuenta de lo grande que es como intérprete. Me paso la vida oyendo música, y después de haberlo escuchado a él creo que, por lo menos en Argentina, no conozco alguien que tenga su nivel interpretativo. Nadie me emociona tanto.
Recuerdo que empezó cantando el tema de Alberto Cortéz “A mis amigos”. Sentí además que sin haberlo dicho se lo dedicaba a sus amigos de toda la vida, a los que seguramente extraña todo el tiempo. A esos que no puede tener a su lado por la cantidad de kilómetros que hay en el medio, pero que sin embargo siempre están en su corazón. Se me puso la piel de gallina.
No tardé en empezar mi búsqueda de sus obras. Encontré una grabación de “Pueblero de allá Ité” –una delicia- cantada a dúo con “Moncho” Ferreyra. Me acercaron su versión de “Camino del arenal” de Mario Millán Medina y Tarragó Ros.
Creo que tengo casi todo cuanto ha grabado, incluido unos boleros que encontré perdidos. Pero lo que más me conmovió -en una grabación en vivo en Japón junto a Raúl Barboza- fue su interpretación del tema “Maria Va” de Antoñito. Ese día la vi a Maria caminado por el tabacal, pude apreciar su mirar rasgado, sus patitas chuecas. Octavio la pintó, su canto no era un canto. Su canto era el reflejo de lo que Antonio Tarragó Ros imaginó cuando le escribió a María.
Nadie puede interpretar las canciones de la manera en que lo hace Octavio, o “Pitíca” como algunos lo conocen.
Ni hablar de cuando canta “Los Inundados” o “Vieja Canoita”.
Tengo que parar acá, de lo contrario podría no detenerme, nunca. Es que canta tan bien!!!
Hoy Octavio – o Pitíca- es mi amigo.
Ojalá algún día tenga el reconocimiento que se merece, no por cantar. Cantar, cantan muchos. Debería reconocérselo por emocionar. Emocionar, no emociona cualquiera… Octavio Osuna, sí.

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